En el pensamiento más puro de Francisco de Goya, en cuanto a lo que él entendía por ser artista es el grabado la técnica que mejor lo define. En el cultivo de esta técnica muestra una total libertad, al tiempo que puso en conocimiento de todos lo que él concebía como un lenguaje de invención. En su concepción de lo que suponía y debía ser el arte de la pintura denunciaba el hecho de que las Academias fuesen privativas, al tiempo que denostaba el servicio de auxilio que éstas prestaban a quienes quisieran estudiar en ellas. Se mostraba contrario al envilecimiento de la pintura, un Arte tan liberal y noble que asiduamente se nutría de premios mensuales y otros enaltecimientos impropios de un Arte tan puro e innato. Distante de las normas establecidas hasta ese momento en la pintura , afirmaba que no se debía prefijar tiempo alguno para que los alumnos estudiasen Geometría, ni perspectiva para vencer las dificultades en el dibujo, pues el dibujo lo pediría a su debido tiempo pero solamente a aquellos que mostrasen disposición y talento. No hay reglas. La pintura estrecha lazos con lo divino más que con ningún otro arte, por significar y reproducir lo que Dios ha creado. Con este pensamiento sumido en el libertinaje artístico, el medio más eficaz de adelantar las Artes es el de premiar y proteger al elegido que despunta notoriamente, dejar correr libremente ese genio innato sin poner obstáculos ni medios que pudieran torcer la inclinación manifiesta a este o aquel estilo en la pintura.
No obstante, las 228 láminas de cobre abiertas por Francisco de Goya y que forman parte de la colección de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, son uno de los más relevantes testimonios de la capacidad del Arte y un un auténtico alegato en favor de la libertad de creación.
Los primeros grabados de Goya se pueden datar entre 1778-1790 cuando copia al aguafuerte y al aguatinta 16 pinturas de Velázquez pertenecientes a la Colección Real. Sin embargo, será a partir de 1793 cuando Goya saque el máximo partido de una técnica que pone al servicio de sus ideas: Los Caprichos y los Desastres de la guerra no son otra cosa sino un intento de denuncia a la vez que resaltan su función educativa. Él desea difundir las ideas de una minoría ilustrada, que tenía confianza y esperanza en el hombre razonable: la serie Tauromaquia alude al descontento, al desaliento de un hombre desengañado que halla su refugio en la fiesta de los toros. Mientras, los Disparates, la última serie que realizaba tiene una mayor dificultad de interpretación. Goya quizás deja al espectador hacer alarde de su imaginación y es un claro preludio de los movimientos pictóricos de siglos posteriores.
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