" La pasión constituye todo lo humano. Sin ella, la religión, la historia, la novela, el arte serían inútiles". H. de Balzac.
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lunes, 28 de noviembre de 2011
MANIERISMO
Con todas las objeciones que pueden oponerse a las cómodas aunque siempre defectuosas diferenciaciones de épocas histórico-artísticas, el desglosamiento del Manierismo a costa del Renacimiento y del Barroco es aclaratorio. Podemos pensar en la dificultad de entender la pintura de El Greco dentro de la cultura renacentista, al carecer de toda apoyatura clásica, reacionalista o de un naturalismo idealista.
Hasta no hace mucho se entendía por Manierismo el amaneramiento estilístico, sin trasfondo alguno, de un grupo de artistas del siglo XVI, que buscaron singularizarse por esa vía. La crítica contemporánea ha librado al término de este sentido peyorativo. Lo general no es la vulgarización estilista y vacua de las aportaciones de Miguel Ángel, Rafael y otros predecesores, aunque ésta no falte y para ella se usara en principio esta denominación. Existen artistas de un espíritu creativo muy superior, en cuyas obras se aprecian valores que exigen un análisis no viciado desde condicionamientos renacentistas, porque de hecho presentan una postura de reacción. Algunos de los últimos trabajos de los mismos Miguel Ángel y Rafael apuntan hacia este nuevo tipo de soluciones, sin que exista un planteamiento naturalista, ni rigor arqueológico o coherencia espacial; léanse los casos del Incendio del Borgo o el Juicio Final, respectivamente.
El Manierismo se origina en el seno de la misma sociedad italiana que sustentará una visión optimista e irreal del mundo, haciendo del hombre su centro y tomando a la Antigüedad por modelo. Las controversias políticas, religiosas, científicas y culturales procuran el progresivo desbaratamiento de los valores renacentistas. Comienza a cuestionarse la validez de todo dogmatismo. El arte rompe moldes normativos arqueológicos, racionalistas, imitativos y de todo género. Los conceptos de belleza, armonía y unidad son desmitificados, y dejan de constituir el fin último en materia artística. El relativismo y el escepticismo son constantes intelectuales de esta época crítica en que Maquiavelo justificaba la doctrina de la doble moral del príncipe; en que frente a la actitud mundana de la Iglesia surgía un espíritu de reforma dentro del propio clero romano; o España y Francia convertían a Italia en un campo de batalla. Todos los enfoques son válidos, parecen decirnos también los artistas del primer manierismo, pues varios son los prismas a través de los cuales puede analizarse las verdad, si es que existe una verdad única.
No es posible enumerar las formas por las que se expresa el Manierismo. Distorsión, paradoja, humor, ambigüedad, extravagancia, equívoco, juego, sorpresa y fantasía son algunas de ellas, y en general aquéllas que superan las limitaciones naturalistas, racionalistas o normativas. La crisis de la fe en la capacidad cognoscitiva universal del individuo, en la razón, y las tensiones religiosas personales frecuentes en la época trascienden a lo artístico, en distorsiones, agritudes y desequilibrios que traducen las angustias del hombre y las desarmonías entre alma y cuerpo, o entre materia y forma. En todas las artes el espacio pierde su unidad y estabilidad, en la arquitectura su clasicismo y en las artes figurativas se hace incoherente hasta desaparecer, o por el contrario obsesivamente profundo. Los cuerpos se estilizan hasta límites insospechados por espiritualismo o por rebuscada distinción; se retuercen en continuo serpentinato (sentido helicoidal), y aparecen incluso bajo representaciones metamórficas y anamórficas, esto es, sólo visibles desde una determinada condición. En suma, un arte cerebral, intelectual y frío, no imitativo en lo figurativo y sólo comprensible para una minoría.
La ruptura con el Renacimiento pleno no es sin embargo radical. De hecho, Rafael, Leonardo o Miguel Ángel fueron tenidos como frecuentes modelos de inspiración y de imitación, lo que si de un lado supone un alejamiento de la naturaleza significa del otro la imbricación de la etapa renacentista. Y muchos de los que hoy tenemos por manieristas llevaban muy a gala el ser seguidores de algunos de estos genios. Por otra parte, la huida del racionalismo anterior (espacios bidimensionales, figuras desproporcionadas...) es el fruto consciente de una meditación racional profunda que conduce en el mayor de los casos al relativismo. Y no se deja de caer en cierto normativismo, no matemático ni riguroso, cuyos valores estables pueden resumirse en imaginación, gracia, artificialidad y anticlasicismo. Y no digamos de las Academias, que no es contradictorio que surjan aquí y ahora, de las que la más notable fue la que en Florencia encabezó Vasari.
Tampoco es definitiva la superación del clasicismo, sino en la articulación caprichosa, más pictórica que estructural y no clásica de unos elementos que aún lo son. Con razón se ha dicho que lo que define al Manierismo es esta tensión entre lo irracional y lo racional, la materia y el espíritu, o la naturaleza y lo artificial; esto es: ambigüedad, engaño, paradoja, contradicción...
A quien menos convino este arte artificioso y tan poco emotivo fue a la iglesia, aunque el alargamiento y la distorsión de las formas implicara cierta espiritualidad, pues dificilmente podían suscitar devoción esas extravagancias formales, espaciales, cromáticas y lumínicas. Pero si el Concilio de Trento se mostró contrario a las licencias de estos artistas no puede por ello generalizarse una desconexión entre Contrarreforma y Manierismo, y muchos artistas de esta condición se identificaron plenamente con las nuevas vías de la Iglesia, entre ellos El Greco. Pero fue en los medios aristocráticos donde este arte exquisito estuvo llamado a gozar de mayor aceptación.
El Manierismo comienza a perfilarse en Florencia en torno a 1510-1520 logrando a partir de mediados de siglo una proyección internacional muy superior a la que momentos antes había alcanzado el Renacimiento, por la tardía adopción europea, de las formas italianas. En su difusión adquiere una peculiar diversificación, siendo por lo general más intelectual y de mayor variedad en Italia, académico y cortesano en Francia, lúdico y mágico en Praga, ecléctico en los Países Bajos y espiritual en ESpaña.
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