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lunes, 25 de mayo de 2020

EPISODIOS CONSULARES. XLV

Contaba que su último sueño fue con quien le dio el gran impulso a su vida, en su carrera. Era su abuelo. También contaba en más de una ocasión, así creo recordar, que no pudo despedirse como hubiese merecido tras tanto esfuerzo y pundonor puesto en su educación y en otros menesteres . Supe de estos datos, antes de que el lector lo malinterprete, por las continuas conversaciones tenidas con Marcus (así se quería hacer llamar). Nunca me pareció impetuoso el hecho de nombrar a su ascendiente, un hombre que había abandonado parte de sus caprichos y hábitos en sacrificio de ayudar y entregarse a quien más quería. Aquélla última tarde en su casa, revivió sus diálogos, viajes y consejos dictados con el mayor amor posible . Como si ya fuese conocedor de su inminente partida , allí postrado en la cama rememoró con voz taciturna la escena futurista e incomprensible que presenció en su juventud sobre su dulce tránsito, en un ya desaparecido Pub de su pueblo. Un flashback de apenas segundos, mientras todo a su alrededor se detenía. El tiempo se detuvo y el espacio no pertenecía a aquella dimensión
. Y así se vió como ahora yo podía testificar, metido en la cama de una antigua casa de paredes blancas y estrecha celosía que magnificaba los últimos destellos de una tarde de Mayo. Incluso tras su primera semana después de llegar a Beirut, contaba sus Déjà vu vividos en la ciudad. Recuerdo que eran los primeros días en la oficina y lo reseñaba con gran ímpetu. Sinceramente, nos burlamos de la expresión contenida en sus ojos, mezcla de misterio y alucinación. Podría incluso reconstruir las palabras de nuestro compañero americano Dave; “la fantasía del novato que contará que tuvo una vida pasada aquí…”. Afortunadamente, yo fui quien más tiempo pasé con él y esta vivencia fue siempre recordada, sobre todo en las tardes de viernes en las que nos arrimábamos unas cuantas cervezas. Ahora aquí delante de su cuerpo, empiezo a entender un poco de sus por entonces “delirios”, de sus anhelos y de las otras tantas historias. Y es que a partir de aquí me veo en la obligación, que no condición ,de rememorar lo que bien podrían llamarse profecías. Su mejor recuerdo de sus idas y venidas a su país, el paso por el Hostal de la señora Antoinette de la Fayette en Madrid; su belleza, amabilidad y cortesía habían sido una constante en múltiples conversaciones. Contaba que había sido alguien especial en su vida , preocupada en todo momento por su bienestar en la casa, por su comprensión y apoyo ante tantos problemas por aquél entonces. Hasta hacía poco tiempo habían mantenido un tímido contacto. -Señorito- solía llamarle así Antoinette. Aquí disfrutamos las buenas atenciones a nuestros clientes. Nos sentimos felices, pero ¿Cuándo?. De una forma intencional disfrutamos con felicidad, atendiendo a un familiar, a un amigo o a un desamparado. Es fantástico atender a un soñador como tú. Le decía a Marcus en repetidas ocasiones. De hecho, la mencionaba con tal decoro y pulcritud que más bien parecía novelar los episodios malogrados de un antiguo amor imposible. Sin embargo, a mi parecer era algo bastante contradictorio. Lo que si quedó claro fue que Marcus le falló en algo que nunca me contó, y por lo que sintió aflicción hasta el último halo de vida.

martes, 12 de mayo de 2020

¿Por qué cantan los grillos cuando hace calor?

Lo más curioso del ambiente de recreo parisino, años atrás, fue el cambio dramático adoptado en los cafés. Sí, en los cafés de la ciudad en el que los intelectos nutrían la mayor parte de las tertulias y que había declinado progresivamente en otro status de más cuestionada raigambre. Aquél status de pensadores libres, intelectuales, de jóvenes Voltaires, Rousseaus y Diderots en el Café Procope, había sido suplantado por los grillos de calle. Estos , con la llegada del calor del estío se instalan en las calles, en donde puedan ser bien oídos más que escuchados. Van calentando sus frios cuerpos (son de sangre fría). Su exposición al sol persigue obtener la energía óptima, y cuando la alcanza se pone manos a la obra. Entonces, el grillo come, excava, defiende su territorio, vocifera y golpea sin piedad los oídos ajenos. Toda una vida apasionante. En palabras de Louis-Sebastian Mercier "estos bichos solo sirven para hacer ruido". Los epicentros del ruído se van desmarcando, y de los asiduos campos y parcelas acotadas, van ocupando lugares pulcros e ilustres más identificados con otros tiempos. Tal y como sucedió en París, con el famoso Palais-Royal, referente en la ciudad allá por 1781, en la noche previa a la Revolución, con algunos de los ilustres como el Café Italien, Café de Caveau, y Café de la Regena, desplazaron al Procope. Un lugar de culto, sin lugar a duda. Dicho esto, otorgamos especial poder a la convergencia de lo popular y las élites culturales, que van siendo desplazados por los grillos de verano. Y es que podría asegurar que la palabra "politiquear" salió de las discusiones de los nuevos centros de reunión. Palabra pues, que admite que en tales círculos hubo encuentros entre distintos pensamientos y doctrinas filosóficas y políticas pero ya muy descafeinado, más bien de sobre (nunca mejor dicho) y sin argumentos sólidos. Quizás en parte por irse ganando terreno la herrumbre del discurso patriótico adoctrinado de bandera nacional. Afirmaron, fieles a la doctrina teodoriana, haberlo visto venir, haciendo gala de su más ingeniosa versión en pro de la falacia, y vergüenza más grande jamas vista. Ni la mejor versión de la comedia de Moliere hubiese dado justicia a tal variedad de escenas escalofriantes y emponzoñadas. Sin embargo, y muy a su pesar, de gran ayuda al orden político actual.

viernes, 1 de mayo de 2020

Encuentros en El Pikab

Los recuerdos del Pikap son innumerables. Desde los primeros días en Estambúl , Marcus había intentado contactar con alguien cercano y colega para no sentirse solo y descubrir los encantos de la ciudad. No fue posible hasta el tercer día en el que tras una llamada de la Embajada española de Ankara, le instaron a contactar con Mr. Willianson, un consejero americano que supuestamente iba a llevar el caso de algunos exiliados políticos turcos en los Estados Unidos y en el sur de España. Y así se dio, un martes de agosto con las calles prácticamente vacías de transeúntes, comercios cerrados y un ambiente de calma que más bien se asemejaba a la escena inicial de la película española “Abre los ojos” dirigida por el director español Alejandro Amenábar. El reloj marcaba las 11.30 y Marcus sentado en uno de los bancos que hay enfrente de la Mezquita del famoso barrio de Nisantasi, esperaba a Willianson quien le había comunicado y confirmado por whatssap la noche anterior el encuentro en el mismo lugar. (“I'll be there at eleven-thirty Mr. Marcus”-confirmó en su mensaje el gringo). La temperatura, sin bien no pasaba de los 28 grados, la humedad provocaba que la sensación de calor fuese todavía más que en otros lugares con más de 40 grados incluso. La mezquita, en continua reconstrucción, es reconocida en la ciudad por ser centro de culto de notables y célebres personajes de la alta sociedad estambulita. Años más tarde tuvo el honor de asistir al sepelio de eximios personajes de la política nacional turca.
La calma y el silencio dotaba al espacio que circundaba al templo un mayor aire de sacralidad y espiritualidad. Pero, ¿quién sería este tipo con el que la Embajada me había puesto en contacto?, ¿El típico americano prepotente con ganas de hablar de geopolítica y estrategias?, o por el contrario ¿sería alguien solitario, como yo en estos momentos, quien agradeció aquel meeting y con el que pasaríamos una plácida tarde de verano bebiendo..no se que ?- Se preguntó Marcus, mientras miraba una y otra vez su reloj en el que la aguja grande sobrepasaba el numero 9. Al menos ya sabía que la puntualidad no era su fuerte, y realmente es algo que le molestaba enormemente. Se hizo la segunda llamada al Adhan, أَذَان, a lo que al español cristiano, católico y apostólico nombra como el rezo, con un enorme estruendo, y que invitaba al mayor de los respetos a eso de las doce menos cinco minutos, al tiempo que por el lateral derecho del rectangular parque adyacente aparecía el Señor Willianson. El hecho de su procedencia afroamericana añadió un toque más de curiosidad al asunto. Un hombre robusto, de entre 35-40 años, si bien no demasiado alto, de un metro setenta centímetros aproximadamente. Al estrechar su mano Marcus pensó que la habría perdido por un par de días al menos. El apretón fue de libro. Sin embargo, algo que llamó especialmente la atención de Marcus fue la manera de andar. Sí, la manera en la que andaba con los pies hacia afuera, y es que a principios de verano había estado en un curso de psicología en el que se mencionó la Teoría del ya fallecido psicólogo Werner Wolff. (Si se atenía a tal teoría, aquélla manera de caminar implicaba en palabras de Werner “buscar atención a cualquier precio, internamente inseguro, aunque intenta aparentar seguridad antes los demás, aburrido y servil). Su expresión en la cara , manteniendo una constante sonrisa que acentuaba los dientes blancos en contraste, obviamente, lo cual bien podía reflejar el hecho de que su estancia en estas tierras, no estaba siendo del todo malo. Al menos así lo parecía al principio. Tras saludarse, y con el justo y necesario protocolo comenzaron a caminar sin saber a dónde ir. En estos días, tras el periodo de Ramadán, los restaurantes y la mayoría de cafeterías o teterías suelen cerrar al menos los dos o tres primeros días. Podríamos compararlo guardando la distancia con la Navidad, en los días 25 y 1 de enero. Una llamada a su teléfono, les marcó el itinerario y despejó de cualquier duda, que suele pasar cuando quedas con alguien por vez primera, de que si vamos aquí o allá, si te apetece un café o algo más … ¡Vámonos al Pikap!.- dijo el Señor Willianson en un español con marcado acento americano de La Florida. El motivo de la repentina decisión fue la llamada de un colega suyo, el Coronel Selçuk. Y en lugar de encuentro fue como no podia ser otro aludiendo al titulo del episodio. El Pub Pikab. El Coronel esperaba sentado, cerca de una de las ventanas, con un brazo apoyado en la misma y con el otro agarrando una Bomonti Fıltresı de barril. Su saludo fue muy efusivo. Se conocían de años y eso se apreciaba. Selçuk era un hombre de más de 50 años, de extrema delgadez, de tez blanca y pelo cano. Ya, en su etapa de jubilación presentaba una leve cojera en su pierna derecha. Tenía un carácter amigable, como la mayoría de anfitriones del país al principio. Sus ojos llorosos indicaban que aquella cerveza Bomonti que bebía no era la primera, ni sería la última tampoco. -Welcome to Istanbul Mr. Marcus- saludó el Coronel con mirada telegráfica. -Hoş bulduk (en turco corresponde a la respuesta al bienvenido). La primera impresion de aquel lugar recordaba a los típicos bares de las películas de Vietnam. Ventiladores gigantes colgantes, mobiliario de madera con marcas de clientes, en un turco incomprensible en esos momentos para Marcus, pero que intuía que podrían ser de amor. Aquél ambiente y la melancólica música que rozaba lo dramático, y que supuraba por unos exiguos altavoces colocados en los córneres del salón, podrían tener conexión con aquellas marcas en las cuadradas y antiguas mesas de madera. Llamó la atención de Marcus, que la gran mayoría de clientes ocupaban una sola mesa, guardando una relativa distancia. Pensativos, melancólicos, llevados por los designios de las líricas a otros momentos, que sin lugar a duda le llenaban de felicidad. Años más tarde, Marcus se sintió parte del grupo. Desde aquella ventana también había añorado …