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martes, 23 de noviembre de 2010

EL REPUDIO DE LA DEMOCRACIA EN "MEIN KAMPF"



Entre líneas puede percibirse la exaltación de la raza o la condena de los judios y del marxismo, pero el eje conductor de estas páginas de Mein Kampf es la descalificación de la democracia como forma de gobierno.

El destino de la raza teutónica en Austria dependía de la fuerza con que pudiera contar en el Reichsrat. Hasta que no se introdujo el sufragio universal y secreto, siempre hubo mayoría alemana en el Parlamento. Este estado de cosas era especialmente inconveniente, porque con su conducta desleal- juzgada en un sentido nacional- la Social Democracia, a fin de no ahuyentar a los partidarios que tenía entre las diversas razas extranjeras, se oponía invariablemente a los intereses alemanes en todas las cuestiones críticas que afectaban a esta raza. Ya entonces era imposible contemplar a la Social Democracia como a un partido alemán.
Una vez introducido el sufragio universal, la superioridad alemana cesó, incluso como mayoría numérica. Nada hubo, a partir de aquel momento, que estorbase la paulatina desgermanización del Estado.
El anhelo de defender a la nacionalidad contribuyó, por lo tanto, a que yo experimentara escaso entusiasmo por la representación popular, una representación que, en lugar de representar, realmente a la raza alemana, no hacía sino traicionarla. En los primeros tiempos seguí opinando que, restaurando la mayoría alemana en los cuerpos representativos, y mientras el antiguo estado continuase subsistiendo, no habría motivo para que yo llevara adelante mi oposición en principio.
Poco tiempo necesitó transcurrir para que yo me sintiese justamente indignado por la miserable comedia que se representaba ante mis ojos.
La democracia occidental de hoy es precursora del marxismo, que sería inconcebible sin aquella. Es el terreno propicio para que germine esta universal pestilencia. En su forma externa de expresión- el sistema parlamentario- atraía como una monstruosidad de cieno y fuego (eine Spottgeburt aus Dreck und Feuer), en la cual, muy a pesar mio, el fuego parecía haberse consumido con excesiva rapidez. (...)
El Parlamento decide sobre alguna cosa cualquiera, por devastadoras que sean sus consecuencias; nadie es individualmente responsable, madie puede ser llamado a rendir cuentas. Porque, ¿podemos decir que existe responsabilidad por parte de un gobierno cuando, después de haber ocasionado todos los prejuicios imaginables se limita a presentar la renuncia? ¿Existe responsabilidad en el cambio de la composición política de una coalición o siquiera en la disolución del Parlamento? ¿Cómo es posible responsabilizar a una mayoría variable de individuos?. El concepto mismo de la responsabilidad, ¿no está , por ventura, íntimamente vinculado a la personalidad? ¿Puede en la práctica procesarse al personaje principal de un gobierno por actos cuya comisión sólo es imputable a la voluntad y al arbitrio de una numerosa asamblea de individuos?.
¿Ocurre, acaso, que la misión de un estadista dirigente no consiste tanto en concebir ideas o planes constructivos como en el arte de procurar que el numen de sus concepciones sea comprendido por un rebaño de cernícalos a fin de acabar implorando el consentimiento de los mismos?
Al negar el valor del individuo, sustituyéndolo con la suma de la muchedumbre existente en cualquier época dada, el principio parlamentario, basado en el beneplácito de la mayoría, atenta contra el principio aristocrático fundamental de la naturaleza, a propósito de lo cual, su opinión sobre las clases altas no necesita relacionarse con la actual decadencia de nuestra crema social.

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