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sábado, 16 de noviembre de 2019

Premio microrrelato #internations#español#ciudaddeestambul

Apartado definitivamente del rutinario y cansado trabajo diario, aquél cuadrado espacio de no más de 60 m2 repleto de humo y con olor a cocina mediterránea marcaría un nuevo episodio de lamentaciones para Carlo. Distancia, memorias recogidas en letras, en atardeceres, en la cotidianidad a miles de kilómetros. Mientras tanto, el sonido del Atari, aquella máquina repleta de luces y sonidos estridentes ,y que yo por aquél entonces manejaba con habilidad y descaro, velaba el escenario de encuentro de paisanos y transeúntes que atónitos ante la música ofrecida por "el café de Cuba", entraban y salían como si de un mercado egipcio se tratase. Dariana, era la propietaria del Café, una señora de unos 50 años, de complexión robusta, de hondas ojeras y rostro pálido, el cual era contrarrestado por una dulce sonrisa y amabilidad de la cual nunca podré olvidarme. Al fondo de la humeante sala, el marido, Demetrios, 1'80 metros, delgado y de cara afligida, castigada y desconfiada. Más de 40 años surcando los mares, Mediterráneo y Egeo, comerciante de productos estéticos, septuagenario, un hombre de mundo, que tenía por costumbre acudir a su hora para ser servido por su mujer. Desayuno, comida y cena. Puntual. Ya en su retiro mostraba la mirada perdida, contemplando cuadros de marineros en plena faena, o quizás pensando en sus miles de historias pasadas, andanzas de de las que en más de una ocasión había sido un afortunado oyente. "Amigo Carlo...Prácticamente todas las cosas dan problema, es su naturaleza. Lo único que podemos hacer es cantar por el camino". Solía expresar con solemnidad y quietud, como si con él ya nada fuese. Palabras que aliviaban momentáneamente y le animaban a pedir otro ούζο.

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